Fiesta de las estigmas de nuestro Padre San Francisco

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Hoy la Familia Franciscana y la Iglesia entera celebran la Fiesta de los Estigmas de NUESTRO SERÁFICO PADRE SAN FRANCISCO DE ASÍS. A Francisco lo reconocemos como nuestro Padre, ya que como tal, nos enseñó con su ejemplo a crecer y caminar tras las huellas de Nuestro Señor Jesucristo. Lo llamamos seráfico pues reconocemos en él  las características de los serafines (dentro de la teología son los seres alados que se caracterizan por el ardor y la pureza con que aman las cosas divinas). Pero quizás el mayor reconocimiento que podemos darle sus hijos y hermanos sea el de “Alter Christus”. El otro Cristo. Toda su vida no tuvo otra meta que imitarlo a Jesús. Pero algo le faltaba, y es así que dos años antes de su muerte se retiró al Monte que tanto amaba: La Verna. Allí le pide dos cosas al Señor antes de su partida: la primera, sentir en su alma y en su cuerpo cuanto es posible el dolor que él, su dulce Jesús, soportó en la hora de su pasión; la segunda, sentir en su corazón cuanto es posible, aquel extraordinario amor del cual él, Hijo de Dios, estaba inflamado hasta soportar gustoso una pasión tan grande por cada uno de nosotros.  Y fue así que Cristo lo escuchó, y durante aquella cuaresma en honor de San Miguel Arcángel, el Amor lo había transformado en el Amado. Porque uno se convierte en aquello que ama. Así, Francisco, fue Su trovador, Su juglar, y el estandarte del gran Rey, en el que al contemplarlo, la humanidad reconoce en su cuerpo llagado la máxima expresión del Amor y de la entrega. Hoy sus hijos debemos re-comenzar… porque, poco y nada hemos hecho hasta el momento. Y a casi 800 años de aquella confirmación del Espíritu, tenemos un gran ejemplo a seguir, para conformarnos a Cristo pobre, humilde y crucificado. Como Familia Franciscana de Argentina, hacemos eco las palabras que pronunció el Beato Juan Pablo II en La Verna aquel 17 de septiembre de 1993. San Francisco,
que recibiste los estigmas en La Verna,
el mundo tiene nostalgia de ti
como icono de Jesús crucificado. Tiene necesidad de tu corazón
abierto a Dios y al hombre,
de tus pies descalzos y heridos,
y de tus manos traspasadas e implorantes. Tiene nostalgia de tu voz débil,
pero fuerte por el poder del Evangelio. Ayuda, Francisco, a los hombres de hoy
a reconocer el mal del pecado
y a buscar su purificación en la penitencia. Ayúdalos a liberarse también
de las estructuras de pecado,
que oprimen a la sociedad actual. Reaviva en la conciencia de los gobernantes
la urgencia de la paz
en las naciones y entre los pueblos. Infunde en los jóvenes tu lozanía de vida,
capaz de contrastar las insidias
de las múltiples culturas de muerte. A los ofendidos por cualquier tipo de maldad
concédeles, Francisco,
tu alegría de saber perdonar. A todos los crucificados por el sufrimiento,
el hambre y la guerra,
ábreles de nuevo las puertas de la esperanza. Amén.